En 1978 se incorporó a la Fototeca Nacional una colección de grandes dimensiones (30,699 piezas, de las cuales 14,906 son negativos y 15,793 positivos) procedente de la fototeca de la dirección de Monumentos Coloniales del Instituto Nacional de Antropología e Historia, creada en 1969 y con sede en el ex Convento de Culhuacán; de ahí su nombre.
Éste fue el primer intento institucional del México moderno por integrar un archivo fotográfico, en sus aspectos documentales y de registro, con el fin de servir de apoyo y referencia en las tareas de conservación y restauración a cargo del Instituto, así como para ayudar en las investigaciones que realiza.
Este gran acervo comprendía las colecciones Prehispánico, Étnico, Expedición de Cempoala y Guillermo kahlo. En algún momento se le conoció como Colonial, ya que contenía registros de documentos virreinales, fundamentales para la salvaguarda de los bienes inmuebles, aunque en realidad llegaron a Pachuca materiales de muy diversa índole.
Gran parte de las imágenes tuvieron su origen en el Museo Nacional, fundado en 1825 bajo los auspicios del gobierno que inauguró la vida del México independiente, el cual fue concebido con un sentido educativo y promotor de un sentimiento nacionalista. Tempranamente esta institución utilizó la fotografía como instrumento de investigación y difusión de sus colecciones, conformadas con piezas de distinto género y procedencia, de acuerdo con la evolución del pensamiento y la especialización de las disciplinas que integran el saber humano. A ello responden los diversos nombres que tuvo: Museo Mejicano, Museo Público de Historia Natural, Arqueología e Historia y Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía.
A partir de su mayor difusión en la década de 1860, la fotografía fue en el Museo un instrumento preciado que alentó la documentación de sitios ligados a pasajes de la historia, a las exploraciones de vestigios arqueológicos y a la variedad étnica del país. Asimismo, fue herramienta para la investigación mediante el copiado de códices, manuscritos y piezas; se utilizó como ilustración y documento probatorio en publicaciones; sirvió para documentar algunas actividades del Museo, su personal y los cambios en la fisonomía de las salas; y también dio a conocer los acervos a través de las postales que el Museo editó ya en el siglo xx. Muchas imágenes se exhibieron en las salas, vitrinas y pasillos de las secciones que integraban el recorrido museográfico, como complemento a las piezas expuestas, lo que explica el deterioro que algunas presentan.
El Museo tuvo bajo su responsabilidad la circulación de fotografías de las “reliquias”, a través de los permisos concedidos a los profesionales de la lente; muchas de estas imágenes enriquecieron sus acervos, ya que la visita al Museo y sus salas fue un imperativo para los autores nacionales y extranjeros que describían al país. Así, lo fotografiaron Benjamin Kilburn, William Henry Jackson, Lorenzo Becerril y Alfred Briquet, por nombrar sólo algunos.
En 1880 se creó en el Museo el puesto de dibujante-fotógrafo, título que reflejó la necesidad de ilustrar la riqueza de las obras, ya fuera por medios artísticos o mecánicos. El puesto lo ocupó hasta 1903 el famoso paisajista José María Velasco, quién utilizó la fotografía como apoyo para la ejecución de sus obras. A partir de entonces fueron contratados autores que cuentan hoy con un sitio en la historia de la fotografía en México, así como personajes poco conocidos: David N. Chávez (1903), Manuel Torres (1906), Manuel Gómez (1909), Manuel Ramos (1915), Salgado (1915), Antonio Carrillo (1912), José María Lupercio (1916), José Martínez Castaño (1933), y la primera fotógrafa de la institución, María Ignacia Vidal, quien sabemos que estuvo activa a partir de la década de 1920. A ellos habría que agregar a los académicos y museógrafos que practicaron la fotografía para documentar las materias de su interés, como el zacatecano Antonio Cortés, encargado de la Sección de Arte Industrial Retrospectivo que resguardaba lo que hoy conocemos como artes decorativas. El taller contó con un buen equipo técnico y generalmente se emplearon placas de gran formato, lo cual contrasta con las placas de 5 x 7 pulgadas que se utilizaban en las labores periodísticas, y que se conservan en la Fototeca Nacional.
En la planeación y realización de los festejos del Centenario de la Independencia, el Museo Nacional jugó un papel destacado; desde allí se fundamentaron y apoyaron gran parte de las iniciativas. En el Departamento de Historia se integraron colecciones fotográficas de lugares donde “se verificaron hechos históricos memorables” de la lucha por la independencia, y se llevó a cabo el registro puntual de los eventos conmemorativos de septiembre de 1910, para ilustrar la famosa Crónica oficial de las Fiestas del Primer Centenario de la Independencia de México.
La Revolución modificó las instituciones culturales y generó grandes cambios, como la supresión de la Secretaria de Educación Pública en 1915, que provocó la clausura de varias oficinas, entre ellas el Taller de Fotografía del Museo en 1916. Luis Castillo Ledón, entonces director, presentó su protesta y quizás debido a su intervención fue muy corto el tiempo en que permaneció cerrado. Todo hace suponer que el fotógrafo de esta institución fue el único que continuó operando, ya que fue requerido para efectuar tomas para la Dirección General de Bellas Artes, la Escuela de Ingenieros y el Archivo General de la Nación.
También por esos años se reformó la Inspección General de Monumentos, fundada en 1885, que de la Secretaria de Justicia e Institución Pública pasó a depender directamente del Museo en 1913, con dos vertientes; la Inspección de Monumentos Arqueológicos y la de Monumentos Históricos, creada en 1914, entre cuyos objetivos figuraba la formación de un catálogo nacional. En 1930 se formó el Departamento de Monumentos Artísticos e Históricos, dependiente de la reinstaurada Secretaría de Educación Pública, y posteriormente la Comisión Consultiva de Monumentos. En estas estructuras funcionaron los Inspectores, quienes generaron materiales vinculados al registro del patrimonio monumental, como medio para ayudar a su conservación, o como testimonio visual previo a su desaparición. De igual manera, se incorporaron al acervo placas de empresas que editaban postales con vistas de los principales sitios históricos y monumentos del país, como las de la Compañía Industrial Fotográfica (CIF).
El 31 de diciembre de 1938 fue creado el Instituto Nacional de Antropología e historia (INAH), al que se adjudicó por mandato legal el resguardo de los edificios, monumentos y colecciones hasta entonces bajo la tutela del Departamento de Monumentos, del Museo Nacional y de algunos otros recintos. Por su parte, la Dirección de Monumentos Coloniales estaría encargada de la conservación del patrimonio monumental.
De todo lo anterior da cuenta la colección Culhuacán, así como del registro de las múltiples labores del INAH: excavaciones arqueológicas, restauración de inmuebles, edición de catálogos; instalaciones museográficas, incorporación de nuevas colecciones y piezas; trabajos de investigación antropológica y etnográfica, etcétera. Al trasladarse los acervos a la Fototeca Nacional, se optó por enviar únicamente los llamados “materiales antiguos”, dejando en el ex Convento de Culhuacán los álbumes y negativos que contenían los registros contemporáneos, de uso cotidiano en la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos, los cuales están hoy resguardados en las nuevas instalaciones de la calle Correo Mayor en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Consideradas originalmente como materiales documentales, hoy las imágenes que integran este fondo, que abarcan de mediados del siglo XIX a 1970, se han transformado en patrimonio y objeto de estudio por sí mismas.
Tomado de: Casanova, Rosa y Adriana Kónzevik, Luces sobre México. Catálogo selectivo de Fototeca Nacional. México: CONACULTA-INAH-RM, 2006.