Un palacio en la ciudad de los dioses, Teotihuacán
Teotihuacán, la primera gran ciudad de Mesoamérica, está dedicada desde su origen a Quetzalcóatl, deidad cuyo impacto cultural puede ser comparable con el de Cristo o Buda, ya que su enseñanza religiosa constituye la piedra angular de toda la cultura náhuatl. En esta urbe, donde la leyenda hace nacer a la luna y al sol, habitaban los Grandes Artesanos, discípulos de la serpiente emplumada, sabios e inventores que desarrollaron la religión y las leyes, la medicina y la astronomía, la poesía y la pintura; en fin, todas las artes y conocimientos que desde allí irradiaron a todos los pueblos de la región y mucho más allá de las actuales fronteras nacionales.
Tal es la tesis que Laurette Séjorné sostuvo durante su vida, desarrollada a partir de sus trabajos de investigación en la zona arqueológica de Teotihuacán durante la década de 1950, especialmente en el llamado Palacio de Zacuala, complejo arquitectónico destacado tanto por sus dimensiones yt la riqueza material de los vestigios allí encontrados, como por la abundancia y el estado de conservación de los murales que adornaban sus paredes y que revelan un sistema de signos que constituye el núcleo central de la religiosidad no sólo de los teotihuacanos, sino de todos los pueblos de Mesoamérica.
A más de sesenta años de su primera publicación en 1959, Un palacio en la ciudad de los Dioses, Teotihuacán permanece como un recurso indispensable para el investigador moderno que busca arrojar luz sobre el misteriosos pasado de esta ciudad legendaria, a la vez que ofrece claves fundamentales para desentrañar la cosmovisión náhuatl, el significado de sus ritos y de su minucioso registro del tiempo.